Las bibliotecas son conocidas como los templos del saber y sus magníficos edificios con millares de libros perfectamente ordenados y clasificados en largas estanterías de varios niveles dan la sensación de estar en un recinto sagrado. Los pupitres con sus lámparas individuales y el silencio –a pesar la gran concurrencia de estudiantes y profesionales que realizaban consultas en los volúmenes- era una de sus características más notables de estos espacios donde se recababa el saber. Las bibliotecas –lamentablemente- hay ido perdiendo asistentes por la llegada de los medios electrónicos de internet donde las consultas a cualquier libro se puede realizar de forma inmediata con solo señalar en el buscador el tema de interés.
Las bibliotecas particulares siguen estando y los libros pasan a ser pequeñas obras de arte donde su valor esta en el interior de cientos de páginas y en millares de palabras perfectamente armonizadas. Los libros seguirán siendo piezas invalorables de colección por más que la modernidad de las comunicaciones de internet intente descartarlos definitivamente.
El placer de la lectura pasando hoja por hoja leyendo y releyendo cada palabra es una sensación que muchas veces no se puede explicar, el libro pasa a ser una migo inseparable y valioso, de él se obtiene conocimientos, vibración en los dedicados a las aventuras, emoción en cada párrafo de los versos y poemas y ensoñación en los románticos que relatan historias amorosas del pasado y del presente. El libro seguirá vigente y junto con el las bibliotecas, quizás menos visitadas pero siempre útiles y vitales como el aire, la luz y el agua.